Todos nos movemos en un torbellino de constantes gestos de presentación, la maquinaria de la locura, las seducciones del capital o la comprometida rendición a nuestros pecados. Un movimiento que se parece más a una caída hacia delante que al control que implica. Nos engañamos, como por ejemplo un escritor. Su temor a ser descubierto y a ver cómo se desmoronan las historias que nos contamos sobre nosotros mismos. Yo también reconozco mi falibilidad. Me dejo llevar por ella, me gusto a mí mismo y busco un hogar en todo esto.
Hogar, como durante años lo fue para mí la ciudad de La Haya. Donde amé, me desmoroné. Sé lo que es vagar o divagar por esta ciudad. Ahogarse en el exceso que se esconde bajo su oxidada capa de corte y paz y justicia. El latente desasosiego que en ocasiones se puede percibir a través del craquelado y los intentos de disfrazar este destello. Todavía estoy enamorado de la ciudad de Couperus, de Bomans y Nijhoff. Una ciudad a la que siempre se le dio mejor honrar a sus hijos que a sus hijas. Pero cuánto tiene que buscar un poeta sin acceso al ilustre mundo de la publicación en una ciudad que basa su cultura literaria en dos festivales que albergan una representación limitada de las voces que en ella residen.
Tuve que irme. Había aprovechado todo lo que había de provecho y un nuevo horizonte me ofrecía un potencial hogar que me cautivó con la promesa de consuelo y comunidad. Un nuevo amor. ¿Cómo se transforma un antiguo hogar en un pasado demasiado reciente aunque, a la vez, lejano? A veces es fácil mirar hacia delante cuando nada te llama para que vuelvas.
Y aquí estoy ahora. Detrás de un portátil en mi nuevo hogar, escribiendo para un festival que nunca me pareció que se celebrase cuando me fui de las tierras en las que se fundó en 1993. Lugar al que ahora llama hogar. El otro festival literario de La Haya también me recibió a principios de este año como invitado. Muchas cosas pueden cambiar en poco tiempo.
Escribí el libro que me concedió la invitación a Crossing Border en mi nuevo hogar, Róterdam. Sin embargo, no puedo esquivar la presencia de mi antigua ciudad, que se hace eco a través de curvaturas entre líneas. Quizás, un lector atento puede identificarla. Hay en alguna parte un pedazo de mar, una pizca de sal, una lágrima caída. Oh, oh, La Haya, hermosa ciudad detrás de las dunas.
Y es precisamente esto, esta presencia latente, lo que espero encontrar. Tal vez descubrir con otros ojos La Haya literaria a la que antes no tenía acceso. Algo se cuece, lo noto. Un pequeño pero verdadero deseo, leer este antiguo hogar a través de una nueva lente. Para descubrir si algo nuevo se está afianzando en lo que yo consideraba un suelo estéril. Después de todo, no importa la cosecha que saques de la tierra, siempre hay raíces que se quedan atrás.
Y quizás este nuevo descubrimiento debería animar otra vez al movimiento. Saborear una Haya que todavía me es desconocida. Para caerse, hacia delante. Para tropezarse con la clase de promesa que sólo un antiguo hogar lleva consigo. O para otra cosa.